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20 de julio de 1810 --- Tercera Parte ---


20 de julio con dudas


Algunos de los conspiradores, indecisos con el plan, insistían en argumentar de nuevo ante el Virrey sobre la necesidad de una Junta, y así fue aprobado. El mismo 20 de julio en horas de la mañana se desplazan hasta la casa Virreinal, pero la respuesta obtenida es la misma: ¡No!

En estas circunstancias, sin posibilidad de conciliación, no hay más que hacer. El plan se pone en marcha y hacia las 12 del día sucede el altercado conocido como el “Florero de Llorente”, y a renglón seguido hay una gran agitación a los gritos de: “¡Queremos Junta!, Están insultando a los americanos, ¡Mueran los bonapartistas!”, que gana la participación de indios y blancos, patricios y plebeyos, ricos y pobres. Una expresión de los extremos de impopularidad en que habían caído las autoridades, en particular los Oidores de la Audiencia. Sin estar dentro del libreto, el despreciado y utilizado pueblo, en forma de turba, sin orientación en torno a qué hacer y cómo actuar, sin objetivos políticos precisos ni un programa de acción revolucionario, se precipitó con piedra sobre las casas de los Oidores Alba y Frías, y del Regidor Infiesta. Rompieron las vidrieras, forzaron las puertas y registraron todo su interior.

Los ánimos crecían. Una vez saqueadas unas viviendas, el turno llega para las tiendas y almacenes de los comerciantes españoles. Al cabo de una hora de alzamiento, eran pocas las puertas, ventanas y vidrieras del comercio peninsular sin huellas de piedra y garrote. Hacia las 3 de la tarde, la situación tomó visos de alarma porque las multitudes se olvidaron de las autoridades, y la dinámica de la miseria y la injusticia las indujo a prescindir de toda distinción. Ante la situación, los magnates criollos de la capital temieron que les llegara el turno de sufrir el impacto de la inconformidad popular. Los conspiradores –movidos sólo por sus particulares intereses–, se replegaron a proteger sus casas y sus propiedades, y a esconderse de la posible rabia popular.

 Al final de la tarde, José Acevedo y Gómez, el más firme y valeroso jefe entre los conspiradores, prevé que en poco tiempo todo pasará sin pena ni gloria. Decide entonces dejar su casa y su familia para arengar a los campesinos, comerciantes y otros paisanos que aún quedaban en la plaza principal. Desde el balcón del Cabildo, arenga ante los pocos que le escuchan, para que no abandonen la plaza principal. A las 6:30, con las sombras de las pocas luces que alumbraban la plaza, grita y relaciona los nombres de quienes debían integrar la Junta de Gobierno, todos retirados del lugar, dedicados a proteger sus bienes o escondidos de la rabia popular. Desde su Palacio Virreinal, Amar y Borbón seguía los acontecimientos, dándole tiempo al tiempo para que, llegada la noche, el día pasara como un simple y fugaz episodio.

Así, sin pueblo, se completó la conspiración: cambiar para que todo siguiera igual.

José María Carbonell y un Cabildo Abierto. Cuando la soledad era la única compañera del agitador, comenzó a escucharse un eco de voces procedente de los barrios populares, que se incrementó con el paso de los minutos. En medio de la penumbra y cuando ya la maniobra de los notables evidenciaba su fracaso, hizo su arribo a la plaza una multitud popular como fruto del trabajo organizativo y la agitación que desplegó el verdadero prócer del 20 de julio, José María Carbonell, el mismo que durante los días previos y en la tarde de ese mismo viernes, en compañía de estudiantes y algunos pocos amigos, fue hasta los arrabales de Santafé, a las míseras barriadas de extramuros, donde habitaban en guaridas millares de artesanos, mendigos, indios y mulatos, y gentes desesperadas, para invitarlos al centro de la ciudad en reclamo de un Cabildo Abierto y no de una Junta de Notables.

Primera batalla: contradicción nunca resuelta


Tras ocupar el recinto en procura del Cabildo Abierto, y con la jornada del 20 de julio a salvo, comenzó la primera etapa de la batalla entre la oligarquía y el pueblo, que definiría las características de los días siguientes: Junta vs. Cabildo Abierto; Oligarquía vs. Pueblo; Dependencia vs. Soberanía.

Entendiéndose por Cabildo Abierto una instancia de participación popular que podía nombrar, incluso, nuevas autoridades del Reino, es fácil comprender que ello constituía una amenaza para la oligarquía criolla, “empeñada en que todas las decisiones las tomara privativamente el Cabildo de Santafé, sin permitir al pueblo otra función que la de mudo espectador de la comedia de los notables”. La arenga en la plaza principal de Santafé se mantiene con todo vigor. El Virrey está asediado pero no cede, actitud que obliga a José María Carbonell a desplegar otros recursos. Junto con sus amigos, se dispersa por las iglesias de la ciudad, y con aceptación o no de sus capellanes, echan las campañas al vuelo.

Poco tiempo después, ya hay 9.000 personas ocupando la plaza. De esta manera, cerca de la mitad de la población de Santafé participó de aquella decisiva e histórica jornada.

Con esta fuerza como apoyo, Carbonell resolvió que el pueblo y no el ayuntamiento de Santafé pidiera Cabildo Abierto ante las autoridades coloniales. El forcejeo con el Virrey es de marca mayor. Los ojos honrados del líder popular tienen la marca de la decisión y del valor. Sin embargo, el consejo del oidor Jurado, atizado por don Camilo Torres, impide una determinación que pudiera parecer declaración de independencia. Ellos sólo querían compartir el poder, acceder a la administración pública, hacer negocios con manos libres e incluso hacer parte de la monarquía española.

Ante tal presión, el Virrey opta por un mal menor: conceder Cabildo Extraordinario y no Abierto, es decir, un acuerdo con la oligarquía criolla, pero se niega a compartir su poder con el pueblo. Al final, sólo se benefició la poderosa oligarquía criolla de grandes hacendados, comerciantes, plantadores, esclavistas y abogados. Ya es cerca de la medianoche.

Las gentes se retiran a sus viviendas y los Oidores, que pretendían utilizar al pueblo, también lo hacen. Cargan consigo la satisfacción de su triunfo, que quieren compartir con los verdaderos héroes de la jornada. Al día siguiente, el Cabildo Extraordinario daría paso a la constitución de la Junta de Gobierno que en la tarde del 20 de julio nombró Acevedo y Gómez. El pueblo quedó excluido. Presidente de la Junta, Antonio Amar y Borbón; vicepresidente, José Miguel Pey, hijo del Oidor que ordenó desconocer las Capitulaciones otorgadas a los comuneros y que redactó la sentencia contra Galán.

El sello de Carbonell, conocido desde las noches de discusión que antecedieron a esta jornada, en las cuales siempre insistió en contar con el pueblo, hoy será imborrable. Ahora, como los verdaderos héroes populares, será tildado de ‘agitador’ y simple ‘demagogo’. Pronto padecerá la primera acción represiva del nuevo gobierno, lo cual marca, por si había duda, su sello indeleble:

“Los compromisos pactados en la noche del 20 de julio no implicaron, como suele pensarse, una declaración de independencia, sino que ellos se limitaron a institucionalizar el gobierno de responsabilidad compartida entre el Virrey y los grandes voceros del estamento criollo. En esa alianza, acordada a espaldas del pueblo, los dos socios se beneficiaban mutuamente”. Comenzó así a consolidarse la hegemonía política de la casta criolla, siempre distante de las mayorías del país, siempre opuesta a los intereses populares.